EL #edificio más #feo del #mundo…
La etiqueta de « feo » es un reclamo útil para la prensa sensacionalista. Lo feo vende. Un listado de los diez edificios más feos atrae la mirada como la miel a las moscas (por ser elegante). Sin embargo ¿qué es lo feo? ¿se trata de un contrario rebelde de la belleza? ¿es su ángel caído? De hecho, ¿se puede trabajar con lo feo como concepto? Koolhaas y los gallegos (gracias a su invento del « feismo »), pueden. Incluso puede resultar una categoría provechosa. Basado en los rescoldos del romanticismo Karl Rosenkranz situó el territorio propio de lo feo entre los continentes de la belleza y de lo cómico. Presuntuosamente dijo: “he desentrañado el cosmos de lo feo desde su inicial y caótica nebulosa, desde su amorfía y asimetría hasta las formaciones más intensas en la interminable variedad de desorganización de lo bello en la caricatura.” Sin embargo el laberinto de lo feo era y es más intrincado. Muchos han tratado inútilmente de explorar sus confines sin éxito (1). Umberto Eco ha ofrecido los motivos de ese fracaso: “La belleza es finita. La fealdad es infinita, como Dios”. ¿Acaso puede decirse algo más de lo feo que no sea repetirlo y repetirlo sin fin? Lo foedus, puede ser deforme, monstruoso y diabólico. Puede ser horrendo, sucio y grotesco. Puede ser brutal, repelente y desproporcionado… Cada generación añade nuevos calificativos. Sin embargo los adjetivos, aunque parecen simplificar el problema, no hacen sino añadir nuevas capas de complejidad. Lo único que puede afirmarse con seguridad es que lo feo no es un absoluto. Por eso siempre puede objetarse cierta caridad hacia esos rostros, formas u objetos: a fin de cuentas nunca lo feo es `tan feo´. A lo feo uno puede acostumbrarse. Puede llegar a tolerarse, por mucho asco o repulsión que ofrezca su presencia a primera vista. ¿Acaso no tiene lo feo derecho a existir? ¿no es lo feo una forma de ser “diferente”? Todas estas cuestiones flotan en un reciente edificio de Rem Koolhaas, hecho conscientemente deforme, tumoral, monstruoso y desequilibrado. Su razonamiento es una nueva vuelta de tuerca sobre la problemática del edificio comercial y sobre el mismo concepto de fealdad. Por un lado, el vértigo de contemplar la cosa “más fea del mundo” siempre fue un atractivo espectáculo circense. Por otro, cada edificio de boutiques y tiendas es, intrínsecamente, una cacofonía de logos, ruidos y mezclas ensordecedoras ¿Cómo neutralizar todos esos chirridos que no tratan sino de impactar, de secuestrar el protagonismo a toda posible unidad? La última opción barajada por el holandés es el resultado de una descreída y oscura posmodernidad. ¿No querían ruido, no querían impactar? Pues aquí hay, de todo, el doble. En realidad la planta del “edificio más feo del mundo” no resulta molesta, incluso su recorrido interno roza lo habitual, por malformado que parezca. Sin embargo, ante semejante engendro, ningún cartel, ningún exceso será visible. Nada desentonará. El blindaje parece asegurado. Imposible destacar ante tanto volumen herniado, ante tanta convulsión formal y material, a no ser, claro, que una marca cualquiera, sea Armani o Prada, se decidan por la más absoluta mudez. El comercio siempre se las apaña para inventar una nueva estrategia para vender. Incluso la de eliminar sus ruidos. ¿Se imaginan todas esas marcas unidas contra esa fealdad, renunciando a sus logos y a su voluntad de impactar, haciendo de sus tiendas algo silencioso y neutro? Para la arquitectura sumergida en el mercado ni siquiera lo feo parece la solución.
https://www.archdaily.com/936327/galleria-in-gwanggyo-oma
Gallery • Suwon, South Korea
Architects: OMA
Area: 137213 m²
Year: 2020
Photographs: Hong Sung Jun, courtesy of OMA

https://www.santiagodemolina.com/
13 de julio de 2020


@santidemolina
(1) Respecto a lo feo, además de los trabajos de Rosenkranz, Eco y Henderson, no dejen de seguir los próximos de María Valero. Publicado por Santiago de Molina
https://www.santiagodemolina.com/2015/08/sobre-lo-feo-en-arquitectura.html
24 de agosto de 2015
SOBRE LO FEO EN ARQUITECTURA…
“¿Qué tenía aquella obra que por muy fea y fracasada que era no permitía reírse de ella, ni de su arquitecto?”. Esta pregunta, formulada por un amigo italiano de José Antonio Coderch cuando la visitaban juntos, no deja de contener una dosis de optimismo y un tormento. Algo había quedado del esfuerzo de quienes hicieron aquel edificio, también del arquitecto, que hacía que aquello, por muy feo que resultase, no pudiese sino mirarse con cierto respeto. La obra era fea, quizás insignificante, pero no risible. El único motivo que encontraba Coderch para esta falta de ridículo estaba en que el trabajo acumulado y el esfuerzo habían quedado arraigados, misteriosa e inexplicablemente, en las paredes de lo edificado.
Tan costosa resulta la arquitectura en términos de esfuerzo humano que aunque el resultado sea frustrado, aunque todo resulte anodino y sin gracia, aunque no aparezca ni un rincón con garbo o buen gusto, se hace difícil no ver latir el esfuerzo de los artesanos, obreros y capataces que lo realizaron. Por mucha desgana que haya en una obra, siempre, al menos, existirá el sudor y esfuerzo de quienes la hicieron. Lo que quizás dignifica el resultado.
Pero todo tiene un límite.
Porque es un hecho que la arquitectura puede también resultar ridícula.
Lograr que una obra resulte verdaderamente fea es algo costoso. Tal vez resulte incluso meritorio. El “brutalismo” de los años 70, no era, a fin de cuentas, sino el esfuerzo por magnificar lo desahuciado: fueran eso las instalaciones, el baboso hormigón o los churretes de suciedad deslizando por una fachada siempre demasiado gris.
En el extremo contrario, por mucho exceso de decoración, por mucha vulgaridad que contenga una barandilla o un enrejado, el contemplar las energías puestas en ese punto hace que todo pueda ser mirado con ojos diferentes. Porque allí hay, sin más, tiempo irrecuperable, depositado directamente por la vida de otro ser humano.
Pienso maliciosamente, por eso, y una vez desaparecida toda posibilidad de ver el tiempo invertido por un hombre en un tema o una obra gracias a la industria, a la computación o la técnica, si se ha vuelto hacer posible una arquitectura donde lo feo y lo risible encuentren un espacio de coincidencia…
Publicado por Santiago de Molina
https://www.santiagodemolina.com/2015/08/sobre-lo-feo-en-arquitectura.html
comentarios:
6zeros dijo…
Me ha recordado el artículo de X. Monteys sobre los « sitios feos »
¿Aprovechamos bien los sitios feos?
¿Hay sitios feos? ¿No son una coartada para hacer proyectos de mejora? ¿Los proyectos de mejora, son en realidad mejoras? Robert Louis Stevenson en un texto muy elocuente titulado: “Sobre cómo disfrutar en los lugares desagradables”, sugería, entre otras cosas, una dieta de lugares severos para poder apreciar verdaderamente lo que es hermoso. El texto de Stevenson suscita otra cuestión nada desdeñable y ésta es el reconocimiento que los lugares feos o desagradables existen.
El pequeño ensayo se convierte en una invitación a aprovechar también estos lugares y a cuestionarnos sobre ellos hasta el punto que, al cabo de un cierto tiempo, comienza a aparecer un interés real en éstos…
¿Qué es verdaderamente desagradable y qué lo es coyunturalmente? Mientras que hemos aprendido a interpretar el video-arte, el teatro contemporáneo, las performances, el cine o la música, hasta el punto de desarrollar una comprensión del arte contemporáneo en claves que hace unas décadas hubieran resultado imposibles, no parece que hayamos hecho lo mismo con el espacio público, por ejemplo. Mientras que vivir en una nave industrial hubiera resultado inconcebible hace tan solo dos generaciones, de no ser en una situación de emergencia, hoy nos resulta absolutamente normal e incluso algo superado. Del mismo modo se comienza a detectar en algunas cosas que hemos desarrollado un cierto gusto por lo viejo, lo reparado o lo inapropiado. En el vestir, por ejemplo, es absolutamente corriente.
¿Qué resulta más sencillo, realizar la reforma de un enclave urbano que consideramos feo, o formar al público para que aquel lugar sea contemplado con otros ojos? Habrá quien dirá con razón que la reforma de algunos lugares se acomete para resolver ciertos problemas que han creado la circulación rodada o la falta de accesibilidad, de higiene o de seguridad. Estas situaciones urbanas hacen aparecer un repertorio de argumentos entre los que suelen encontrarse cuestiones de orden formal que acaban por convertirse en un despliegue de elementos que garantizan una sistematización artificial –hay que decirlo- del espacio público. Así se unifican y sustituyen farolas, bancos, pavimentos o incluso el arbolado, en la creencia de que con estos elementos se ordena y limpia un espacio publico y se lo hace “bonito”. Probablemente algunas veces esta operación mejora cosas, pero muchas otras el beneficio es discutible. No se trata de discutir si el coste hubiera podido ahorrarse, este es un argumento muchas veces demagógico, se trata de evitar una banalización de la opinión sobre el espacio público y no se nos ocurre nada mejor que empezar por considerar positivamente los lugares públicos feos. Por ejemplo ¿estamos seguros que ciertos lugares son “más bonitos” después de una reforma? Hoy comienza a resultar insoportable la idea de un espacio coordinado y homogeneizado que ha acabado especializado innecesariamente y, cada vez más, nos resultan más interesantes los lugares con defectos, desestructurados o contradictorios, hace casi 40 años de la aparición del texto “Complexty and Contradiction in architecture” de Robert Venturiy aún no parece haber sido asimilado de un modo cotidiano, al igual que algunos textos de Robert Smithson.
Los arquitectos Lacaton & Vassal iniciaron su andadura con un proyecto (si es que se puede llamar así) que con el tiempo se ha convertido en un manifiesto. La reforma de la plaza León Aucoc de Burdeos (1996), que las autoridades debieron considerar fea y ellos no, se convirtió en 2003 en un ejemplo de lo que puede ser hoy el trabajo de un arquitecto. En propiedad podríamos discutir si llamar a esto “el trabajo de un proyectista”. Si lo es, entonces un proyecto esconde muchas más maneras de hacer que las que se enseñan en las escuelas y el sentido del término debería ampliarse hasta hacerlo coincidir con lo que la realidad reclama de él. Si por el contario no lo es, entonces un arquitecto no tiene por que necesariamente ser un proyectista. Las dos nos conducen a una revisión de lo que llamamos Proyecto de Arquitectura.
Hasta ahora los arquitectos hemos reaccionado al estimulo de un lugar feo proponiendo como hacerlo más bonito ¿No es hora de empezar a pensar en otro estímulo? Podemos trabajar para mejorar una comprensión positiva de lo feo? La idea de rehabitar se encuentra en un cruce de caminos y uno de ellos es lo feo, hasta el punto que comenzamos a pensar en que lo verdaderamente feo son cierto tipo de operaciones de mejora de estos lugares. Hoy decididamente mucho de lo feo es sencillamente extraordinario!
Xavier Monteys
http://habitar.upc.edu/2011/08/31/aprovechamos-bien-los-sitios-feos/