
Por tradición, la narrativa peruana se considera realista. El ya lejano indigenismo, la temática urbano-marginal y la reciente fiebre de la violencia política han sido tratados desde esta perspectiva que busca parecerse a la realidad para representarla con verosimilitud. No obstante, las jóvenes plumas peruanas han cambiado el rostro de la narrativa nacional con una serie de publicaciones que se desvinculan de la vertiente realista. Es necesario aclarar que este deslinde no es reciente. Una generación previa ya acometía contra el realismo con proyectos ligados al protagonismo del lenguaje y la indeterminación tempo-espacial. En ese sentido, la relevancia de los jóvenes escritores de la actualidad es la de haber reafirmado una tendencia que, cuando surgió, parecía una moda que se pulverizaría con el tiempo.
Metaliteratura
La corriente que hoy impera en la narrativa joven es la metaliteratura, la cual erige como tema al propio arte literario. Dentro de los autores adscritos a esta ver- tiente está la generación Estruendomudo, conformada por Luis Hernán Castañeda, Carlos Gallardo, Johann Page y Edwin Chávez, que tuvieron como referentes inmediatos a Ricardo Sumalavia e Iván Thays, quienes comenzaron a publicar en la década de 1990 y actualmente superan los cuarenta años de edad. Asimismo, se puede mencionar a otros jóvenes autores como Carlos Yushimito, Lucho Zúñiga, René Llatas y Marlon Aquino.
En las obras de la mayoría de estos narradores se utilizan los juegos metaficcionales, la presencia ineludible de los epígrafes, el apego a la literatura fantástica, los personajes escritores y la intersexualidad, y resalta la influencia de la literatura rioplatense (Cortázar y Borges especialmente) y la huella dejada por el escritor chileno Roberto Bolaño, considerado por muchos como el narrador latinoamericano más importante luego del boom de los años sesenta.
Es interesante observar que algunos de estos autores han ido incorporando elementos del realismo en sus obras más recientes. Un caso nítido es el de Carlos Gallardo. “Él se inició como cuentista fan- tástico, pero en su segundo libro, la novela Espuma!, es realista y urbano”, indica el crítico literario Javier Ágreda. Por su parte, Luis Hernán Castañeda también se ha ido acercando al realismo por medio del uso de escenarios geográficos reconocibles en la realidad, aunque sigue utilizando a personajes escritores como en el caso de La noche americana, su más reciente novela.
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Existe un grupo de autores jóvenes que sigue la tradición realista de la narrativa peruana, aunque con rasgos particulares que establecen diferencias notorias con respecto a las décadas anteriores. Se podría afirmar que son pocos los nuevos escritores que presentan un estilo con influencia vargasllosiana o riberana en sus trabajos, salvo algunos autores como Javier Pizarro, quien, en su novela La vereda más larga del mundo, exhibe una voluntad totalizante por medio de una estructura fragmentada que remite a las obras del boom latinoamericano.
En los casos de Mariano Vargas con Los mutantes y Ernesto Carlín con Falso al amanecer, destaca el humor corrosivo, la exageración, la sordidez propia del realismo sucio, y el juego con el lenguaje cinematográfico y el cómic. Vargas conti- nuó con su propuesta en su novela Homo demens, escrita al limón con Franco Salcedo, mientras que Carlín ha ido tratando con más mesura estos recursos en sus novelas Takashi: historias robadas y Lima subte.
Al momento de buscar similitudes entre los autores adscritos al realismo, la tarea se vuelve difícil. Es tal la pluralidad de propuestas que incluso es un poco simplista encajonar a tantos autores como “realistas”. Entre estas plumas heterogéseas se encuentran narradores como Ezio Neyra, Giancarlo Poma, Lenin Solano, Francisco Ángeles, Aldo Pancorbo, Jennifer Thorndike y Bruno Nassi.
Editoriales jóvenes
Desde la aparición de un puñado de editoriales jóvenes como Estruendomudo, Borrador, Lustra, Casatomada, Cascahuesos y Altazor, las posibilidades de publicar se han ampliado. Gracias a esta facilidad, los autores jóvenes tienen la oportunidad de salir de inéditos en estos sellos que ya forman parte del establisment literario, aunque carecen de la logística de Peisa y las transnacionales con sede en el Perú.
“Las editoriales jóvenes han contribuido a renovar el canon literario y a salir de posiciones dogmáticas”, afirma el crítico cultural Víctor Vich. Esta apertura hacia la pluralidad se aprecia en los catálogos de estos sellos, donde confluyen autores de diversas tendencias e ideologías. Esto significa que la literatura joven ha pasado por encima de los enconos de las generaciones mayores, las cuales han estado y siguen escindidas por banderas políticas y clases sociales, divorcios que de cuando en cuando revientan en escaramuzas como la de los “andinos” y “criollos”.
Pluralidad
La formulación del binomio metaliteratura/realismo podría pecar de antojadiza porque ambas categorías pueden convivir en un mismo texto: una no anula a la otra. Se ha intentado, más bien, fijarse en la tendencia de los autores a inclinarse por alguna de ellas. De todo esto, se identifica un punto en común: la preponderancia de la literatura (y el arte en general) como tema dentro de la ficción. Sea cual sea la vertiente del autor joven, resalta la presencia de los guiños metaficcionales que, en décadas previas, casi no estaban presentes. Esta tendencia va en consonancia con el panorama literario mundial, que ofrece escritores de esa clase como Enrique Vila-Matas, J. M. Coetzee, Philip Roth y Michel Houellebecq.
Así pues, a nivel global, la narrativa realista de antaño ha sido desplazada por el imperio de la hibridez, la carencia de centro en las historias, la presentación de fragmentos en lugar de tonalidades. En ese contexto, tienen asidero propuestas pe- ruanas tan particulares como las de Evelyn García, autora de dos novelas fantásticas; Lucía Novoa, exponente de la literatura gótica; Carlos Yushimito, quien escribió cuentos ambientados en Brasil; y Christian Briceño, reciente ganador del concurso de Caretas con un relato influenciado por la cultura japonesa.
Hoy en día, entre los jóvenes narra- dores limeños, ser un escritor realista clásico es una extravagancia, mientras que ser metaliterario significa pertenecer al canon.
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