
Hace unos días se ha publicado en medios de comunicación la inauguración de una intervención de espacio público en Monserrate, como parte de un proceso de renovación integral y puesta en valor de este barrio en el centro de Lima.
Las opiniones patrimonialistas estarían pecando de irresponsabilidad al difundir y asumir, a partir de una imagen, el contenido final del proyecto de recuperación que supone este sector de Monserrate.
Las intervenciones efímeras en Lima tienen ya tiempo de existir, han ido ganando un espacio, desde su generación a través de voluntariados, colectivos en amor al arte, workshops académicos de intervención, y finalmente decantando de manera loable en la gestión pública local como parte de un proceso de recuperación integral de espacios públicos.[1]
Y digo loable porque no es usual atraer la mirada de la gestión municipal sobre proyectos que denotan un carácter tangible, sino solo hacia el final del proceso. La construcción del espacio público tiene como eje la construcción de ciudadanía, el fortalecimiento de la identidad, la reconstrucción de una imagen urbana colectiva que termina siendo parte del patrimonio integral del espacio a revalorar.
En ese sentido, es limitante calificar este tipo de intervenciones desde la estética y atribuir signos de desigualdad social a partir de la calidad del material elegido. Desde Miraflores, pasando por San Borja, Comas, Independencia y ahora últimamente el barrio de Monserrate, el proceso de urbanismo táctico siempre ha perseguido un mismo fin: No es el objeto final del proyecto, sino parte del proceso de validación del espacio por parte de la comunidad, una puerta que se abre a la discusión colectiva y la construcción final de un espacio común con la ciudadanía, llegando finalmente a una obra de inversión duradera y con la cual se identifiquen sus principales beneficiarios.
Así como muchos otros espacios que han tratado de reactivarse a través de los años, estos son procesos participativos que involucran a la población desde el inicio en la toma de decisiones para el uso y el diseño del espacio, adoptando lo que la crítica denomina “cánones de belleza”, por el carácter temporal que ello supone con el fin de poner a prueba el funcionamiento del diseño antes de invertir definitivamente en una obra que de otro modo no reflejaría el sentir de la población.
Ahora bien, de manera particular, las intervenciones en Monserrate empezaron hace poco más de un año y están lejos de ser hechos aislados. Se han realizado faenas comunales, activaciones sociales constantes promovidas desde la municipalidad, y diseños bajo el enfoque de investigación-acción participativa para proponer espacios que mejoren la calidad de vida de su población más vulnerable: niños y adultos mayores resultaron ser los grupos etarios predominantes en el lugar.
¿Pero donde estaban los niños? Viviendo en el barrio entre el 2017 y 2018. Era una interrogante constante, se sentía su presencia a la salida del colegio, más durante las tardes o los fines de semana. El espacio público existente se reducía solo al parque del barrio, y las calles eran ocupadas en su mayoría por adultos o jóvenes, dejando entrever además problemas sociales de comercialización de drogas e inseguridad ciudadana que relegaban a los niños a quedarse en sus hogares.
Iniciado el proyecto, uno podía constatar a priori el regreso de los niños a las calles —pandemia aparte—. Las calles volvían a ser espacios seguros al estar resguardadas por los mismos vecinos, y se fortalecía el vínculo entre los actores sociales, técnicos y políticos: un diálogo necesario para dar continuidad a este tipo de proyectos.
Lamentablemente, el 30 de julio del 2020 tuvo lugar un incendio en una de las quintas del barrio[2], dejando a más de 50 familias damnificadas y con ello devolviendo este espacio a su punto inicial. Pero el proyecto continúa, y tiene como meta final la puesta en valor del espacio público sumado a un proyecto de inversión en vivienda social.
Que la crítica fomente el escepticismo o genere detractores ante este hecho es deplorable, más aún si desde el cuerpo técnico que ostentan tener, se vuelven ajenos a los procesos de intervención en centros históricos, negando el entendimiento de las etapas que se requieren para una puesta en valor, la problemática de saneamiento físico legal presente en todo el CHL —que como sabemos ralentiza la ejecución— y la inversión directa en este tipo de proyectos.
Aun así, hechos sobre palabras, el proyecto seguirá en ejecución. Y entendamos que, si bien es un proceso largo, el urbanismo táctico es una oportunidad de ir construyendo este espacio de manera social, siendo esto necesario para la sostenibilidad final del proyecto. Enhorabuena el trabajo articulado de las distintas áreas de la municipalidad para todas las etapas que ello demanda.
[1] Otro estudio de caso: La municipalidad de Miraflores, durante el año 2015, impulsó el proyecto de regeneración de espacios públicos en Miraflores, articulándose al Plan de Movilidad Urbana Sostenible y finalmente aprobando dentro del presupuesto participativo del año 2020 la puesta en valor de espacios públicos en áreas remanentes del distrito. Plazas Vivas formó parte del proceso de regeneración de uno de estos espacios en el sector 4 de Miraflores durante el 2019, proceso de un año registrado en la web https://web.facebook.com/plazasvivas

[2] https://elcomercio.pe/lima/sucesos/cercado-de-lima-mas-de-60-familias-damnificadas-dejo-incendio-de-grandes-proporciones-en-quinta-del-jiron-callao-nndc-noticia/

Más allá de la estética: el urbanismo táctico como proceso de fortalecimiento de la comunidad.
Por Daline Portocarrero
Arquitecta Cofundadora de Plazas Vivas.
Vecina de Monserrate.
24 Febrero, 2021
http://plazatomada.pe/mas-alla-de-la-estetica-el-urbanismo-tactico-como-proceso-de-fortalecimiento-de-la-comunidad-2/
Barrio de Monserrate
Patrimonio Cultural

Callejón de MamaRosa, callejón de un solo caño.
12 de octubre 2020

Fotos antiguas del Perú y del Mundo
22 agosto 2020 (…)
Así era la botica antigua
Don Juan (Mazzarri Cuya) abre el más voluminoso libro de su escritorio y lee: « sulfadiazina, piramidón, láudano, belladona, 3 gramos de cada una; carbonato de calcio 6 gramos; 120 mililitros de mucílago goloso y 30 de jarabe de agatania », luego exclama: « suficiente, ideal para diarreas ». En su libro tiene anotadas todas las recetas que ha preparado durante muchos años, porque los médicos de antes para cada enfermedad prescribían una fórmula específica que luego era preparada en las bóticas por el farmacéutico o el práctico en farmacias.
(…). Eran las famosas « fórmulas magistrales » o « galénicas ». « Las fórmulas -dice Don Juan- eran precisas y podían tratarse de cucharadas, cucharaditas, papelitos, cápsulas, frotaciones o inhalaciones, cada una con una adecuada dosificación ».
Pero las boticas de antes no sólo se limitaban a preparar recetas, también vendían yerbas de la medicina tradicional peruana, como huamanripa para la tos, boldo para los riñones y el higado, linaza para desinflamar las mucosas estomacales, alhucema para zahumar los pañales de los bebés, hojas de coca para las afecciones a la garganta, etc.
Entre los médicos y los farmacéuticos había una estrecha comunicación. Muchas veces la experiencia de éstos últimos advertía contraindicaciones en las recetas, las cuales eran informadas al galeno, para que corrigiera sus fórmulas, « pero eso sí » -añade don Juan- sin que el paciente se enterase ».
En esos años la preparación de las recetas representaba el 80 por ciento de la actividad de una farmacia. « Esa era la botica antigua -dice don Juan- ¡qué linda ¿no?! ». Hoy los tiempos han cambiado y son muy pocos los médicos que formulan sus recetas. (…).
El último de los boticarios
Por Gerardo Barraza
Revista Oiga, 14 de enero de 1985

Vecinos se unen para revalorar y atraer la atención hacia uno de los sectores más históricos de Lima.
https://elcomercio.pe/lima/patrimonio/el-renacer-del-barrio-de-monserrate-cercado-de-lima-noticia/?ref=ecr
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