.@ramirollona : #EL_BUEN_LUGAR #mientrastantoenelmundodelarte… « la resistencia está en la #pintura, en el trabajo de #taller. El #autoexilio aparece como una #urgencia »…

« el privilegio del creador es que eres lo que tienes al frente. Y viceversa. »

Siempre hay que recordar que el primero que se enfrenta a un trabajo, a la realización de éste y a la imagen terminada, es uno. De algún modo el creador es el primer destinatario. Es a él a quien tiene que “acomodársele” la imagen antes que a nadie. 

Y pareciese que lo hacemos por que tenemos necesidad de verlo. La carga semántica debe de ser inmensa y seguro “ilumina” algunas interrogantes centrales. Los pintores resolvemos nuestros problemas pintando. 

Lo que mal llamamos “el público” es una realidad distante, ajena. 

Estamos metidos en el centro de un torbellino, entrampados en una época donde los estímulos aparecen y desaparecen con la misma velocidad, sumergidos en un universo que demanda reacciónes y gratificaciones inmediatas. Los medios, las redes, la “estética de ferias”, la construcción de personajes y narrativas paralelas al trabajo, los curadores que “traducen” la obra, el llamado “mundo del arte” que maneja, controla y especula, la enorme presencia del dinero, todo eso y más se mete a los talleres, perturba el tiempo natural de los procesos, pide resultados y satisfacciones inmediatas. 

Si el lenguaje está codificado y predigerido, mejor aún. 

Claro que los grandes creadores van por encima de esta marea y, enormes, realizan una obra monumental, fuera de categorías establecidas. 

Pero como hace uno desde nuestra pequeña realidad poblada de falsos profetas para remontar la ola de vanidades?

Es una preocupación qué transita en las artes plásticas: el lenguaje y los contenidos se están adelgazando. 

Hace unos años conversando con un amigo escritor (J.G.) le decía que la resistencia estaba en la pintura, en el trabajo de taller. El autoexilio aparecía como una urgencia.

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https://johannarosbeck.wordpress.com/2016/10/30/un-mundo-magico/

El Buen Lugar.

Están los cuadros que se terminan con mayor facilidad, que encajan en un espacio mental ya dispuesto a recibirlos. Un espacio que es el lugar que se ha ido formando cada día de diálogo con las imágenes, las que hacemos y las de los otros. 

También hay pinturas muy ásperas, que no terminan de satisfacernos. No por que no nos interesen sino por que no hay una coincidencia, no la hay todavía. 

A veces son las que se adelantan a uno y abren horizontes nuevos. Hay que dejarlas ser y no forzarlas a coincidir con nuestro momento. 

Y están los cuadros más demandantes, más complejos, más difíciles. Mientras uno trabaja se da cuenta que no hay cómo encajarlos, es difícil mirarlos desde un lugar por que ese lugar no existe. El intento de la mirada – por que uno mira con todo lo que es, incluidas las carencias – es el de establecer un diálogo fluido pero igual de constante es la dificultad de avanzar. El proceso se convierte en un permanente desencuentro. Como dos personas que no se entienden por que hablan de cosas diferentes. 

Me pasó algo interesante mientras trabajaba. Llevo meses en una pintura – que empezó en un bastidor y ahora es un díptico – que no encuentra su manera de ser, que por semanas es más bien un motivo de frustración y, algunas veces, parálisis creativa. 

Anoche, después de un largo día de trabajo en medio de una lenta recuperación del COVID, tuve lo que los sicoanalistas llaman un “insight”. Sentí un asunto casi físico y comprendí que el diptico, como una persona haciéndose espacio con los codos, estaba modificando algo central en mi comprensión del espacio para hacerse él (el díptico) un lugar (el buen lugar) en mi paisaje mental, desde donde yo pudiese volver a mirar e intentar un diálogo. 

No era que la pintura no se resolvía, era yo quien tenía que modificarse. 

Me gusta repetirlo: el privilegio del creador es que eres lo que tienes al frente. Y viceversa.

Empecé con ganas de hacer unos trazos con carboncillo sobre la tela cruda (284 x 470 cms) antes de prepararla con la imprimación de cola de conejo para trabajarla con óleo. Fue una actitud inusual. Generalmente dejo a mis hijos dibujar sobre la lona. Me da la sensación de que experimentar el formato, gigantesco para ellos, les abre el espacio mental y les da un horizonte de posibilidades. Además de perderle el miedo a la tela en blanco y el pánico al vacío. 


Hice un par de trazos con carboncillo. La idea era invertir mi proceso usual que es   entrarle a la tela sin idea o bocetos preconcebidos e ir encontrando las formas, colores, texturas en el proceso. Pintar para mi es ir descubriendo el cuadro  en su ejecución. Como si la tela vacía fuera una pregunta y la pintura terminada, meses después, fuese un esbozo de respuesta. El cuadro terminado es el registro de ese camino. Es la memoria visual y el testimonio de ese proceso mental que se resuelve en una imagen.


Pensé en un trabajo que vi de Matisse. El pintor hizo para La Danza un dibujo con carbón sobre papel del mismo tamaño del que sería la pintura acabada. He visto algunos dibujos de ese proceso para otras pinturas. De pronto era su manera de trabajar. 


El dibujo es “el hueso” del trabajo. Lo que describe y sostiene una propuesta. También es en si una realidad autónoma, paralela e independiente del trabajo en óleo. De alguna manera  uno funciona desde un registro más libre cuando dibuja sobre un papel o cartulina de dimensiones que permiten cubrir la superficie con una gestualidad que la abarca y define. Se trabaja más cerca de la frontera, algunos dirían el abismo, que es el borde del papel, donde acaba la superficie. 


La pintura al óleo nos puede volver más serios, más solemnes. 


Entonces el trabajo en papel, el collage, son  un buen lugar donde ejercitar una urgencia más “aligerada” pero igual de definitiva. Quizás más, por que la marca y la velocidad del gesto se inscriben en la superficie como una herida y definen la composición y el espacio en cada acción. 


Entonces sucedió que los primeros trazos “sin importancia” sobre la lona  cruda  fueron complicándose y ganando en presencia. Me invadió el entusiasmo con el formato y me embarqué en la idea de hacer un dibujo usando carboncillo sobre la enorme tela. 


Ya no era un dibujo “para la pintura al óleo” sino más bien un trabajo en sí. Un trabajo que busca su realidad usando solo en blanco de la tela  y el negro del carbón. Tanta importancia tienen la marca como el espacio que delimita o trasgrede. La descripción de la historia que empieza a aparecer será más directa, la narrativa tendrá una lectura espacial continua y no estará ni apoyada ni sostenida por el color.

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Cuando llevaba estudiando unos ocho ciclos de arquitectura en la UNI, años de indecisiones y perdido en mi falta de entusiasmo, una compañera me dijo para ir a unas clases de dibujo. Llegamos un miércoles a las 2 pm a una casa en Miraflores y nos abrió la puerta una señora de pequeña estatura con un rostro intenso y amable  que, enmarcado  por un moño de abundante pelo gris y unos anteojos negros de montura ancha, nos invitaba a pasar. Era Cristina Galvez. 


Cristina Galvez era la persona, la maestra perfecta, para acoger, organizar y darle dirección a la confusión, la ansiedad, el terror existencial y la desorientación propias de un muchacho lleno de “cosas que decir” y sin saber que hacer ni como hacerlo.

 
Nos puso frente a un  caballete  con  un papel Kraft que me resultaba enorme comparado a los márgenes de los cuadernos donde yo garabateaba, y me dió un carboncillo. Al frente había una modelo desnuda y Cristina me dijo: dibuja. 

Me cambio la vida, dejé la Facultad de Arquitectura  y empecé un camino en el que  hoy día, mas de medio siglo después, me sigo haciendo las mismas preguntas, a veces con el mismo entusiasmo y confusión de ese primer día, con un carboncillo en la mano. 

El trabajo está bastante avanzado. El asunto ahora es hacerlo permanente. Hoy me trajeron seis latas de fijador. 
Me gustaría poder presentarlo cuando exhiba toda la serie de 14 pinturas, todas del mismo tamaño 284 x 470 cms, a la  que le he puesto el titulo de EL BUEN LUGAR. 


El dibujo sobre tela podría ser una réflexion mas “cerca al hueso” de mi intento como pintor y de  lo que he estado trabajando  en estos  últimos años . Una buena manera de entrar, o salir, de la exposición.

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