.@revistaideele ::: El #RACISMO de las #ÉLITES: el caso de #Vargas_Llosa y sus #novelas_racistas. #Mariella_Villasante.  

“Había entre nosotros [en el #colegio_Salesiano] más #cholos que #blancos, #mulatos, #zambitos, #chinos, #niséis, #sacalaguas y montones de #indios. Pero aunque muchos #salesianos tenían la #piel_cobriza, los #pómulos_salientes, la #nariz_chata y el #pelo_trinche, el único de #nombre_indio que yo recuerde era #Mayta. (…) El día en que los #Andes se #muevan, el país entero #temblará. (…)

Las últimas décadas han sido muy dolorosas en el Perú. Las mayores reformas sociales fueron realizadas durante el gobierno del general Velasco (1968-1975), luego el general Morales Bermúdez destruyó todos los avances y durante su gestión se permitió que Sendero Luminoso se desarrolle en Ayacucho. Este grupo radicalizado comenzó su “guerra popular” contra el Estado y contra la sociedad y logró instaurar una guerra interna, una guerra civil en el sur andino, entre 1980 y 2000. El racismo estuvo muy presente durante el conflicto, los militares trataban a los campesinos de “terroristas-indios-comunistas”. Estas ideas falsas y excluyentes han dejado una huella profunda en las mentalidades de los costeños hasta la actualidad, y han sido “reactivadas” por la propaganda fujimorista y por las clases dominantes que se sientes “superiores” por su “raza” y por su dinero a todos los peruanos. El neoliberalismo que se funda sobre el ideal de enriquecimiento como objetivo de vida predomina y es considerado inalterable por las élites y por sus servidores de las clases medias y pobres.

La situación hubiera podido ser diferente a partir de 2001, cuando se retornó a la “democracia”. Pero ello no ha sido posible porque ningún gobierno ha asumido sus deberes de restructuración de todas las instituciones del Estado y tampoco se ha hecho nada para difundir los valores republicanos de igualdad de los ciudadanos ante la ley. La educación cívica es casi inexistente en el Perú. Desde hace 20 años, vivimos en una constante precariedad de gobierno, con instituciones decadentes y con una sociedad que tolera la miseria extrema, el racismo, la discriminación y la corrupción. El último escándalo de los audios de Montesinos desde la Base Naval del Callao, último intento de lograr que Keiko Fujimori gane las elecciones, demuestra la reproducción constante de prácticas mafiosas del fujimontesinismo fundadas sobre el control de millones de dólares robados al país u obtenidos gracias al narcotráfico y que nunca se han recuperado.

En efecto, la práctica fujimorista corrupta, populista, prepotente y racista (Degregori 2012, IF de la CVR 2003, Tomo III) está enquistada en nuestras instituciones, en las élites y las clases medias que se dejaron convencer — por ignorancia y por falta de empatía y solidaridad con las clases marginadas —, que el candidato Pedro Castillo era un “indio ignorante”, un “comunista-terrorista”. Por esta razón abyecta, la hija del dictador Fujimori ganó votantes (aterrorizados por el “comunismo”) y obtuvo 49% de votos en la segunda vuelta, cuando sus votantes fueron solamente 13% en la primera vuelta. Una persona acusada de corrupción no debió siquiera presentar su candidatura, el Poder Judicial lo permitió y ello es totalmente incomprensible.

En ese contexto, el escritor Mario Vargas Llosa se ha atrevido a regresar a la política nacional desde España, su país de residencia, para apoyar a la hija del dictador que él denunció durante muchos años y que lo venció en las elecciones de 1990. Ese año, los peruanos eligieron a un hijo de migrantes japoneses creyendo en su propaganda de “otredad”, de símbolo del “Perú profundo”, opuesto a un Vargas Llosa descendiente de españoles, citadino, burgués y ultra liberal; totalmente desconocido por el pueblo rural y pobre del país. Pero como sabemos, ni bien se instaló en Palacio, Fujimori instauró las mismas recetas ultra liberales del escritor burgués que nunca han funcionado en América Latina.

El apoyo de Vargas Llosa a la hija del dictador es un acto inmoral y vergonzoso que prueba que entre los partidarios del ultra liberalismo no hay solamente empresarios ignorantes, funcionarios y militares ávidos de dinero sucio, sino también eruditos burgueses como él que están dispuestos hasta a defender a una corrupta con tal de mantener un sistema económico que les permita seguir acumulando riqueza en modo anacrónico, como en el virreinato. “Mejor una criminal que un comunista” decían los votantes de extrema derecha. Es decir que se pretende defender privilegios de clase en una sociedad profundamente desigual, jerarquizada en “razas” y con un alto nivel de pobreza.

• En primer lugar, Vargas Llosa ha demostrado que ni a él ni a las élites les interesa respetar el orden democrático y que estaban dispuestos a participar y a financiar campañas populistas, abiertamente racistas y denigrantes para impedir el triunfo del profesor Castillo. Carlos Trelles (Sudaca, 23 de junio) ha publicado un texto muy interesante sobre este tema. El rechazo visceral al profesor Castillo condensa dos hechos constantes de la derecha pestilente: el racismo anti indígena y el terror al “comunismo”.

• En segundo lugar, las críticas a Vargas Llosa olvidan que este escritor expone su posición de defensa del neoliberalismo y su postura racista ante los “indios” desde hace por lo menos 40 años. En efecto, Vargas Llosa presidió la Comisión de investigación de los hechos de Uchuraccay en 1983 [la masacre de ocho periodistas por comuneros que los confundieron con senderistas], por encargo del presidente Belaunde, y en su Informe (ratificado por antropólogos lamentables, Ossio, Fuenzalida y Millones) expresó su profundo racismo contra los “indios atrasados y violentos”, “hombres que viven como en los tiempos prehispánicos”. De ese modo, Vargas Llosa contribuyó a reforzar la idea del “salvajismo” de los “indios” en la sociedad peruana durante toda la guerra interna (Informe final de la CVR, Tomo V, 2.4. El caso de Uchuraccay).

• Después de Uchuraccay, donde Vargas Llosa se quedó tres horas, escribió tres novelas donde demostraba su profundo desprecio hacia los “indios”: La historia de Mayta (1984), El Hablador (1987) y Lituma en los Andes (1993), donde los “indios” son “caníbales”, obras criticadas por varios autores [Méndez 2002, Vich 2002, Franco 2006]. En 1996 publicó además una crítica de la obra de José María Arguedas, La utopía arcaica, donde lo presenta como un “desarraigado” que conocía “dos mundos antagónicos”, no obstante, como escribe Rodrigo Montoya (1998), “Vargas Llosa no conoce los Andes”. María Rostworowski ha ratificado este hecho en una entrevista (Servindi, 22 de junio). No sólo no conoce esta región del Perú, sino que además se atreve a mostrar su desprecio por sus habitantes.

En La historia de Mayta (1984), Vargas Llosa intenta asociar toda la izquierda peruana con las acciones de violencia y de terror de Sendero Luminoso. En 1958, Mayta es un cincuentón homosexual y trotskista que pretende iniciar una revolución desde Jauja con siete hombres; el levantamiento fracasa y Mayta es capturado. En 1983, un narrador busca datos para escribir la historia de Mayta en un contexto de violencia política en el cual las tropas de Estados Unidos llegan para repeler una invasión comunista ruso-cubano-boliviana. En esta novela hay dos intenciones paralelas: denigrar a los “indios” y denigrar a la izquierda. Y en tela de fondo, el menosprecio del autor por la pobreza que no le inspira la mas mínima empatía o compasión humanista. En las tres novelas citadas se usa el término despectivo que nadie emplea salvo para insultar, “indio/s”, reiterando los mismos prejuicios racistas de los colonos españoles y de sus herederos criollos, sin notar jamás un solo rasgo positivo o agradable; es realmente asombroso. Cito algunos pasajes para ilustrar esas observaciones.  

“Había entre nosotros [en el colegio Salesiano] más cholos que blancos, mulatos, zambitos, chinos, niséis, sacalaguas y montones de indios. Pero aunque muchos salesianos tenían la piel cobriza, los pómulos salientes, la nariz chata y el pelo trinche, el único de nombre indio que yo recuerde era Mayta. (…) El día en que los Andes se muevan, el país entero temblará. (…) Cuando los indios se alcen, el Perú será un volcán. (…) Pero ahora la mayoría de los asesinados o secuestrados por los comandos revolucionarios, las fuerzas armadas o los escuadrones contrarrevolucionarios, pertenecen a estos distritos [de la periferia]. Tengo la impresión de no estar en Lima ni en la costa sino en una aldea de los Andes: ojotas, polleras, ponchos, chalecos con llamitas bordadas, diálogos en quechua. ¿Viven realmente mejor en esta hediondez y en esta mugre que en los caseríos serranos que han abandonado para venir a Lima? Sociólogos, economistas y antropólogos aseguran que, por asombroso que parezca, es así. Las expectativas de mejora y de supervivencia son mejores, al parecer, en estos basurales fétidos que, en las mesetas de Ancash, de Puno o de Cajamarca donde la sequía, las epidemias, la esterilidad de la tierra y la falta de trabajo diezman a los poblados indios. (…) [Mayta se encuentra en la comunidad de Quero, camino de Uchubamba, donde espera “reforzar sus cuadros” para iniciar la revolución] Sí, Mayta, en esta mugre, en este desamparo, vivían millones de peruanos, entre orines y excrementos, sin luz ni agua, llevando la misma actividad vegetativa, la misma rutina embrutecedora, la actividad primaria y casi animal de esta mujer con la que (…) no había podido cambiar sino unas pocas palabras, pues su castellano era incipiente.” (Vargas Llosa [1984] 2000: 13, 21-22, 71, 303).

Cuatro años después de Mayta, Vargas Llosa publicó otra novela “indianista”, El Hablador (1987); donde hay dos relatos paralelos: un hombre blanco, de la costa, que evoca los recuerdos de juventud con su amigo Mascarita — un “judío” de aire repulsivo, fascinado por la “cultura amazónica”, que estudia Derecho y Etnología —, y un “indio machiguenga” [matsigenka] contador de historias de su pueblo. Un “indio” de una “tribu desparramada entre las selvas de Cusco y Madre de Dios”, todavía más “primitivo de mentalidad mágico-religiosa” que los andinos pues vivía en la “Edad de Piedra”. Mascarita se transforma en un “hablador” llamado Tasurinchi [el nombre de una divinidad solar entre los pueblos étnicos arawak es Tasorentsi]; casado con una mujer de la “tribu”. El autor evoca la brujería, el “daño”, los demonios, los “enemigos mashcos” que masacran a los machiguengas cortándoles las cabezas… Vargas Llosa explicita también su creencia en la superioridad de la “civilización” costeña: “¿En serio te parece que la poligamia, el animismo, la reducción de cabezas y la hechicería con conocimientos de tabaco representan una forma superior de cultura, Mascarita?”. Y nuevamente evoca su ideología neoliberal y su odio de la izquierda: “¿No había dicho Marx que el progreso vendría chorreando sangre? (…) Si el precio del desarrollo y la industrialización (…) era que esos pocos millares de calatos tuvieran que cortarse el pelo, lavarse los tatuajes y volverse mestizos — o para usar la más odiada palabra del etnólogo: aculturarse—, pues qué remedio.” Esa aculturación estaba en marcha a través del Instituto Lingüístico de Verano, representado en la novela por la pareja Schneil. En la realidad histórica el ILV promovía el capitalismo, la colonización y el evangelismo y controlaba muchas comunidades amazónicas; por su intervencionismo económico y político fueron expulsados de algunos países latinoamericanos (Ecuador, México, Panamá), trabajó en el Perú desde 1946 y su presencia fue restringida en 1980; en 2015 lograron regresar, a pesar de la oposición de las organizaciones nativas. Pero de ello el novelista no dice absolutamente nada.

Para una antropóloga especialista de los Ashaninka como yo es una novela penosa, pesada y muy difícil de leer por la enorme masa de prejuicios racistas que se expone (la “tribu” es una noción evolucionista obsoleta), por la ideología ultra liberal y el desprecio de las culturas originarias, y en general por la formidable ignorancia de Vargas Llosa de la Amazonía y de sus habitantes. Espero aportar una crítica más significativa, desde la antropología social, en un futuro cercano.

En 1993, Vargas Llosa publicó la novela Lituma en los AndesEn su libro El caníbal es el OtroVíctor Vich (2002, 2017: 74) ha observado que fue premiada por la editora Planeta, “gracias a un jurado compuesto únicamente por intelectuales españoles. (…) En su ansioso deseo de representar al “otro” indígena, esta novela no consigue sino satisfacer una especie de “deseo colonial” que curiosamente define mucho más la identidad del colonizador que del colonizado.” La novela cuenta la historia del cabo Lituma (costeño y racional) y su adjunto Tomás (quechua hablante) en un pueblo andino durante la guerra interna. Como escribe Vich (2017: 77) todo se reduce al “paradigma civilización/barbarie” y a la descripción degradada de los “indios” que, colmo de la barbarie, realizan un ritual caníbal bajo la orden de un pishtaco. Los Andes, los “indios” y los senderistas son presentados como sujetos primitivos:

“¿Qué hacia en medio de la puna entre serruchos hoscos y desconfiados que se mataban por la política y, para colmo, desaparecían? (…) ¿Cómo era posible que esos peones (…) que se vestían como cristianos, hicieran cosas de salvajes calatos y caníbales? (…) [Salcedo, un comerciante costeño se transformó en pishtaco] Los trinchaba del ano a la boca y los ponía a asarse vivos, sobre unas pailas que recogían su sebo. Los desollaba para hacer máscaras con la piel de su cara y los cortaba en pedacitos para fabricar con sus huesos machacados polvos de hipnotizar. Desaparecieron varios.” (Vargas Llosa 1993: 14, 204, 211).

En fin, en su libro La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, Vargas Llosa explicita nuevamente su postura europeizante (no sabe que en Europa nadie se permitiría racializar a los peruanos pues está penado por la ley) para criticar la cosmovisión andina del mundo que ha guiado el trabajo literario de Arguedas. Una visión del mundo que, según él, es “irracional”, “premoderna y primitiva”, en oposición a la “racionalidad científica” expresada por Karl Popper. De lo que se trata es simplemente de oponer y descalificar el “pensamiento mítico-andino” expuesto por Arguedas a la supuesta “razón” europea. El planteamiento no podría ser más absurdo, anacrónico y arbitrario; el arcaico es Vargas Llosa cuando escribe lo siguiente:

“Una cultura mágico-religiosa puede ser de un notable refinamiento y de elaboradas asociaciones (…), pero será siempre primitiva si aceptamos la premisa de que el tránsito entre el mundo primitivo y el tribal y el principio de la cultura moderna es, justamente, la aparición de la racionalidad, la actitud científica de subordinar el conocimiento a la experimentación y al cotejo de las ideas y de las hipótesis con la realidad objetiva…” (1996: 186-187).

Ese tipo de enunciados datan de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, cuando los primeros antropólogos como James Frazer y Lucien Lévy-Bruhl hablaban del “pensamiento mágico”, de la “mentalidad primitiva” y de los “pueblos primitivos y tribales”, que han sido duramente criticados y deconstruidos por Ludwig Wittgenstein, por Emile Durkheim y por Claude Lévi-Strauss. Vargas Llosa desconoce todo de la antropología moderna construida a partir de los años 1950 y de la premisa que la guía: el análisis de la diversidad de culturas, de creencias, de estructuras sociales en el marco global de la unidad del género humano. Desconoce e ignora también la postura ciudadana y digna del respeto de las diferencias culturales de los Otros, desnudando una vez más su racismo abyecto. Como es profundamente ignorante en ciencias sociales y humanas, no sabe siquiera que sus ideas ya fueron explicitadas por muchos letrados europeos que, desde el siglo XVIII, construyeron el racialismo científico oponiendo, justamente, la Barbarie de los Otros a la “civilización” europea (Todorov 1982). Pero eso es el pasado obsoleto.

Rodrigo Montoya ha propuesto una crítica muy interesante y pertinente sobre esta obra en su artículo “Todas las sangres: ideal para el futuro del Perú” (1998), donde escribe:

“El universo andino ocupa un espacio muy pequeño en la obra de Vargas Llosa. En su informe sobre el asesinato de ocho periodistas en Uchuraccay, Ayacucho (1983), y su novela Lituma en los Andes (1993), habla del carácter aparentemente “primitivo” de los llamados indios y de los sacrificios humanos que a fines del siglo XX seguirían aún vigentes. MVLL no conoce los Andes (…) En su libro La utopía arcaica vuelve sobre los Andes para tratar de demostrar que el sueño indigenista carece de sentido, y que los indígenas nada tienen que decir ni hacer en el futuro del país. La obra literaria de Arguedas es el pretexto para afirmar su nueva fe sin limites: el capitalismo.”

En efecto, Montoya considera que Vargas “es un defensor del capitalismo en el mismo momento en el que desde dentro del capitalismo empiezan a verse los limites del neoliberalismo. (…) Confunde otra vez sus deseos con la realidad; con el andar del tiempo crece también la distancia que lo separa del Perú.” De hecho, ese novelista ya no es peruano desde hace mucho tiempo, pretende simplemente servirse de su fama de “buen escritor” para exhibir sus ideas alucinadas y seguir en la primera plana de los medios de nuestro país: por simple y frívolo narcisismo.

No obstante, hasta hace poco Vargas Llosa minimizaba el racismo en el Perú, negaba el suyo claro está y cantaba el triunfo de la democracia. En una entrevista con Rubén Gallo (2017) declaró: “En el Perú, y en la mayoría de países latinoamericanos, la raza es un tema solapado, que no sale a la luz, pero que está siempre en las conductas de las personas. (…) Afortunadamente hemos vivido una evolución… Hoy día el racismo está mucho menos extendido que hace veinte o treinta años. (…) Y la polarización política, que era feroz cuando era joven, se ha suavizado muchísimo porque hay una práctica de la coexistencia democrática.” Todo lo sucedido en 2021 prueba lo contrario. En realidad, el racismo sigue siendo un invariante de nuestra estructura social y la polarización entre la derecha
— que se ha vuelto extrema — y las posiciones progresistas y de izquierda nunca ha sido tan evidente.

El racismo en las elecciones presidenciales: una República sin ciudadanos en 2021 (extracto)
Escrito por Mariella Villasante 
Revista Ideele N°298. Junio-Julio 2021

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