#Víctor_Vich (2014) ::: #DESCULTURALIZAR la #gestión_cultural: La gestión cultural como #forma_de_acción #POLÍTICA… y el total #desencantamiento de #Vargas_Llosa. Reseña de #Valeria_Belmonte. #Revista_otros_Logros.

En #Desculturalizar la #cultura La #gestión_cultural como forma de #acción_política, #Vich recurre a la perspectiva de los #estudios_crítico_culturales #latinoamericanos para reflexionar en torno a una serie de cuestiones vinculadas a las #políticas_culturales y su #gestión en el escenario latinoamericano. Los seis capítulos que integran el libro revelan el interés de su autor por desmontar críticamente cierto discurso que responde al #modelo de #cultura #moderno #occidental. En dicho discurso la gestión cultural es presentada como una práctica netamente instrumental al servicio de la #reproducción del #orden_social_hegemónico, en su lugar, Vich apuesta por otra manera de #entender a la #gestión_cultural que haga de ésta una #herramienta al #servicio de los #procesos de #transformación_social.

En su interés por revisar la práctica tradicional de la gestión cultural y redefinirla a la luz de un discurso crítico de la cultura, el autor plantea la imposibilidad de desvincular la teoría de la práctica. De esta manera, cuestiona el avance de “un sentido común técnico que ha logrado asentarse incluso en el interior del sector cultural” (p. 14) y llama a “continuar insistiendo en que las ideas son importantes, que pensar sigue siendo indispensable y que la teoría resulta urgente” (p. 14).

El libro es presentado por el autor como una herramienta de apoyo al trabajo de quienes se desempeñan en tareas de gestión cultural, tanto en áreas del estado como de la sociedad civil. Sin embargo de ningún modo el lector se encuentra con una especie de manual o instructivo.   En su lugar, Vich pone al alcance de los y las lectoras, un ensayo crítico y reflexivo, en el que, por medio de una prosa clara, desarrolla una serie de lineamientos teóricos, éticos y epistémicos para re pensar la propia práctica profesional y con ello el campo de las políticas culturales en Latinoamérica.

En Desculturalizar la cultura, Vich parte de una concepción histórico estructural de la cultura, donde la misma es definida como matriz constitutiva del mundo social, creadora de ideas, subjetividades, imágenes, etc., oponiéndose radicalmente a una concepción ‘culturalista’ de cultura, desde la cual ésta es considerada como un conjunto de objetos y recursos estéticos, desvinculada de los procesos cotidianos de la vida material.

Precisamente, esta concepción histórica estructural permite al autor plantear a la cultura como lugar para la transformación social. En ella –concebida en términos de universo de sentidos naturalizados- yace la posibilidad de un cambio social. En tal sentido propone pensar a la gestión cultural como acción política. Para él la gestión cultural como práctica de intervención social supone el diseño e implementación de estrategias orientadas a desnaturalizar lo naturalizado, a hacer visibles los antagonismos sociales que en ella se inscriben, en suma a contribuir a la creación de otras narrativas dispuestas a disputar los sentidos hegemónicamente impuestos por el relato oficial o de ‘la Cultura’, con mayúsculas.

En este sentido Vich concibe las políticas culturales más que en términos de dispositivos de gubernamentalidad y control social como instrumento para construir una ciudadanía más crítica de sí misma y del mundo (p.116).

Tal vez para entender el alcance de este reto “desideologizador” o desnaturalizador que asigna a las políticas culturales es preciso comprender cómo Vich entiende el papel de la ideología en la constitución del mundo social contemporáneo. Frente a un pensamiento que insiste en definir a la ideología como un cumulo de ideas que se imponen en la sociedad, Vich prefiere pensar, junto con Slavoj Žižek y Terry Eagleton entre otros referentes del neomarxismo, que la sociedad está ideológicamente estructurada.

En síntesis, la propuesta de ‘desculturalizar la cultura y politizar la gestión cultural’, lleva en su seno al menos dos grandes premisas teóricas, herederas de una tradición neomarxista, a saber: una concepción materialista de la cultura y una concepción de lo social como totalidad que impide pensar a la cultura en términos de esfera autónoma. Tales ideas articulan los seis capítulos que componen el ensayo.

En el primer capítulo denominado Sobre cultura, heterogeneidad, diferencia y poder, el autor desarrolla cada una de las categorías teóricas que están en la base de su propuesta de ‘desculturalizar la cultura y politizar la gestión cultural’, buscando   dilucidar la manera como interviene el poder en la configuración de cada una de ellas.

Respecto a la noción de cultura trabaja a partir de una serie de reconocimientos teóricos que vale la pena nombrar, puesto que en ellos se asienta gran parte de las ideas que plantea en su tesis. Se trata de una constatación que hace el autor sobre la irresoluble tensión interna entre ‘producir’ y ‘ser producido’ que existe en la noción de cultura. De este modo Vich reconoce que “lo cultural refiere tanto a la posibilidad de crear algo nuevo, como a una afianzada manera de ser socializado” (p. 25). Otro de los reconocimientos tiene que ver con pensar la cultura como espacio de “cambio, hibridez, diferenciaciones internas, hábitos heredados y relaciones de poder” (p. 28), esto es, en términos gramscianos, como campo de luchas y nunca como algo estático, ni homogéneo.

Sin estos reconocimientos teóricos sería imposible para el autor sostener la premisa de la gestión cultural como acción política, ni, en tal sentido, reconocer en lo cultural una dimensión estratégica para cualquier proyecto de transformación social.

En el segundo capítulo, “Lo intercultural, lo subalterno y la dimensión universalista”, Vich retoma las ideas desarrolladas en el capítulo previo referidas a la configuración de la identidad desde una perspectiva relacional para explicar el alcance de lo que presenta en términos de “una nueva definición de interculturalidad” (p. 47). Concibe a la interculturalidad como el “proceso mismo de constitución de cualquier identidad” (p. 47). Señala que dicho proceso no es sencillo y armónico, sino, por el contrario, se trata de un complejo proceso de relaciones en el que intervienen distintas formas de poder y en el seno del cual se produce una tensión entre identidades hegemónicas e identidades subalternas.

Con este planteo Vich incorpora al debate contemporáneo sobre la interculturalidad “una reflexión sobre la naturaleza del poder en la sociedad en que vivimos” (p. 44) y destierra ciertos presupuestos teóricos sobre los que viene sosteniéndose tal discusión, algunos de los cuales tienen que ver con una concepción esencialista sobre la identidad y la diferencia. En este sentido los argumentos de Vich, discuten contra los esgrimidos en las políticas liberales sobre cultura, identidad y diferencia, que negándose sistemáticamente a contemplar el modo cómo en cada una de ellas interviene la cuestión del poder, plantean la cuestión de la interculturalidad como si fuera una cuestión de diálogo aséptico entre diferentes culturas del mundo.

El planteo de Vich se cruza aquí con algunas de las principales premisas que han sido elaborados en el seno de un grupo de intelectuales y activista latinoamericanos reunidos en torno al proyecto decolonial. Específicamente, con aquellas referidas al tema de la interculturalidad como proyecto crítico decolonial, de las cuales la intelectual activista Catherine Walsh ha devenido como principal exponente. Para Vich el proyecto intercultural, debe ser siempre un proyecto crítico “que promueve la agencia de las culturas marginadas y que debe activar procesos de subalternización y decolonización social” (p. 47).

Precisamente uno de los retos que Vich asigna a las políticas culturales tiene que ver con visibilizar los marcos jerárquicos de dominación social en el seno de los cuales se da la interculturalidad y buscar instancias que permitan la construcción de un nuevo esquema de relaciones marcado, ya no por el poder y la jerarquización, sino por la equidad y la justicia. Se trata entonces de construir nuevos universalismos a partir de la construcción de sentidos comunes. Para explicar el proceso de construir nuevos universalismos y evitar caer en una concepción liberal y funcional desde la cual el encuentro entre culturas es concebida en términos de diálogo aséptico, Vich recurre a la noción gramsciana de ‘articulación’. Dicha noción alude al proceso a partir del cual “dos o más elementos deciden articularse en el marco de determinadas relaciones de poder y de la voluntad de construir una estrategia política que permita conquistar determinados intereses sociales” (p. 51). Así en el planteo de Vich, la equidad y la justicia son los intereses que persigue la interculturalidad como proyecto social.

La clave del pensamiento de Vich está en reconocer la dimensión material de las configuraciones culturales, de modo tal que toda trasformación social supone necesariamente un cambio cultural y a la inversa. Esta cuestión explica la razón por la cual para Vich “la opción intercultural debe encontrarse sustancialmente imbricada con la problemática de la desigualdad social y, por lo tanto, debe relacionarse con el cuestionamiento de la distribución de los recursos existentes y el acceso a los bienes en la sociedad en que vivimos” (p. 52).

El capítulo 3 titulado Gestionar riesgos: agencia y maniobra en la Política Cultural, se ocupa de indagar la posibilidad concreta de hacer políticas culturales en Latinoamérica y de brindar argumentos que explican el modo cómo la gestión cultural supone un proceso de intervención social. En este marco reconoce que en la actualidad la elaboración de políticas culturales es una tarea que se encuentra ‘descentralizada’, ya que dejado de ser exclusiva del Estado para pasar a ser asumida por otros actores sociales, tales como el mercado y la sociedad civil a través de movimientos sociales.

A lo largo del capítulo el autor se detiene en analizar el lugar que cada uno de estos actores ocupa en la elaboración de políticas culturales. Atribuye al Estado tareas que contribuyan a “la producción de una nueva “narrativa” sobre la nación que combata toda forma de exclusión social, que genere verdaderos espacios de participación ciudadana (…)” (p. 64).

A lo largo del cuarto capítulo, desarrolla a una de las tesis que dan nombre al libro, consistente en su propuesta de ‘desculturalizar la cultura’.

Dicha idea encierra para el autor dos propuestas concretas: “posicionar a la cultura como un agente de transformación social y revelar las dimensiones culturales de fenómenos aparentemente no culturales” (p.85). En este sentido ‘desculturalizar la cultura’ es un llamado a politizar la gestión cultural. Se trata de asumir que es en la cultura, como la matriz simbólica que interviene y estructura nuestra percepción del mundo, donde debemos intervenir si realmente queremos transformar los grandes problemas que como sociedad nos aquejan -corrupción, autoritarismo, racismo, entre otros. Con este planteo Vich se propone “desafiar a todas aquellas políticas culturales que, bajo el supuesto de que la cultura es algo puro y autónomo, continúan entendiendo su labor como una simple gestión de espectáculos con muy pocos riesgos políticos” (p. 86).

En este sentido el planteo de Vich apunta también a redefinir la tarea de un gestor cultural, como algo más complejo que administrar proyectos. Un gestor cultural ha de ser ante todo un “agente cultural” justamente capaz de generar mediante las acciones que promueve otros agenciamientos sociales en pos de nuevos imaginarios y representaciones sociales.

El último capítulo se centra en dar respuesta al planteo realizado por el escritor peruano Mario Vargas Llosa en el libro La civilización del espectáculo. Sin ningún tipo de rodeos Vich señala una serie de ideas que se desprenden del planteo de Vargas Llosa y que van a contrapelo de su tesis sobre la desculturalización de la cultura. Inicia haciendo una serie de consideraciones respecto al rigor científico que utiliza por Vargas Llosa para presentar sus ideas y que lo diferencian del texto escrito años atrás por el filósofo francés Guy Debord, La sociedad del espectáculo (1967), en el cual Vargas Llosa parece inspirarse. El de Debord es sin dudas para Vich un libro de mayor complejidad y compromiso social que el de Vargas Llosa.

La principal falencia que le reconoce tiene que ver con su negación a preguntarse por las causas últimas y las razones profundas que han hecho de la cultura un espectáculo. Precisamente dicha actitud conduce a Vargas Llosa por carriles que lo alejan del rumbo seguido por toda la tradición crítica social contemporánea de la que Vich es también referente. En su negativa a explicar los fenómenos culturales a partir de la cuestión social, se advierte una concepción teórica que insiste en concebir a la cultura como una esfera autónoma. Para Vich esta decisión muchas veces tiene que ver con una manera de negarse a comprender a la cultura como reflejo de la estructura social. Para él quienes la toman suelen desconocer que, sin caer en ese ‘mecanicismo vulgar’, hay otros modos de pensar la relación entre la cultura y la sociedad, o para decirlo en términos marxistas, entre la base y la superestructura. Vich insiste en pensar la relación en términos de sobredeterminaciones, entrelazamientos y ‘determinaciones en última instancia’.

En este sentido, el autor revela la marca liberal que asume el planteo de Vargas Llosa, donde los fenómenos de la cultura se explican por sí mismas y nada tienen que ver con la cuestión social, entendida en términos de relaciones de fuerza y distribución de poder. En contraposición, Vich reconoce la imposibilidad estructural de separar lo cultural de lo social, puesto que junto a toda una tradición marxista de estudios culturales piensa que las mismas son dos dimensiones “relacionadas orgánicamente” (p.106).

Otra de las críticas al planteo de Vargas Llosa, tiene que ver con la cuestión del desencantamiento. Mientras el escritor peruano señala el total desencantamiento de la cultura en el mundo contemporáneo Vich prefiere mitigar dicho diagnóstico a partir de reconocer que “en la actualidad siguen existiendo innumerables luchas sociales por democratizar la sociedad” (p.115).

Justamente este reconocimiento de la existencia de espacios de lucha en el seno de la propia cultura le permite a Vich pensarla como lugar de transformación social. Precisamente porque en la cultura yace la capacidad de producir algo nuevo es que una intensa gestión de la cultura “podrían contribuir a formar nuevos ciudadanos y a intentar transformar el presente” (p.116).

Finalmente podríamos agregar que la recriminación que hace Vich a Vargas Llosa sobre la negativa a buscar en la sociedad la explicación de los fenómenos de la cultura, es central para comprender cabalmente el reto que Vich asigna a las políticas culturales en la actualidad. Para Vich la civilización del espectáculo tiene una base material muy concreta y es tarea de toda política cultural comprometida con el cambio social incidir en ella.

Para concluir, en Desculturalizar la cultura: la gestión cultural como acción política Vich suprime la idea de pensar a la gestión cultural como tarea exclusiva de un sector de la sociedad, sobre todo de quienes trabajan en ámbitos específicamente culturales, convirtiéndola de este modo en potestad de todos quienes en distintos ámbitos sociales: salud, educación, economía, política etc. se encuentren comprometidos con procesos de transformación de la sociedad en la cual vivimos.

VíctorMiguel Vich
Escritor, docente e investigadoren laPontificia Universidad Católica del Perú. Ha escrito una veintena de librosentre los que figuran:Voces del más allá de lo simbólico: ensayos sobre poesía peruana (2013) yEl caníbal es el otro: violencia y cultura en el Perúcontemporáneo(2002).
Valeria Belmonte
Docente e investigadora de la Universidad Nacional del Comahue. Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Especialista en Planificación yGestión Social con mención en Comunicación. Miembro del Centro de Estudios y Actualización en Pensamiento Político, Decolonialidad e Interculturalidad (CEAPEDI). Integrante del Proyecto de investigación “El presente en tiempos globales. Geopolítica del conocimiento y nuevas modalidad de colonialidad”. Su línea de investigación se centra en el eje comunicación, cultura y poder en clave intercultural.

Víctor Vich (2014)
Desculturalizar la gestión cultural: La gestión cultural como forma de acción política.
Reseña de Valeria Belmonte
Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 133 páginas.

http://www.ceapedi.com.ar/otroslogos/Revistas/0006/13%20Belmonte%2015.pdf

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