.@lemondefr ::: #ROTHKO en la #Fundación_Vuitton: cuando el #COLOR_PULSA… Examinar atentamente las #superficies nos permite ver las #huellas de sus #gestos, por #Philippe_Dagen.

Según una #anécdota contada por su #hija, Kate Rothko Prizel, que no certifica su veracidad, un #conflicto habría enfrentado a #Mark_Rothko con el #curador del #Museo_de_Arte_Moderno de #Nueva_York, #Peter_Selz, cuando el artista tenía una exposición allí. .personal en 1961. Al necesitar #iluminación_reducida, Rothko habría adquirido el hábito de #manipular_reguladores_eléctricos para #reducir_la_intensidad de las #luces cada vez que entraba en las habitaciones, y #Selz la #elevaba tan pronto como era informado de esas #intervenciones_clandestinas.

La anécdota, sin embargo, parece verosímil, dado el carácter quisquilloso de Rothko, y su descontento se comprende fácilmente a juzgar por las fotografías que quedan del « vernissage » (opening). A veces los rayos de luz se dirigen directamente a los lienzos. Otros arrojan sombras inapropiadas. Y, evidentemente, las salas son demasiado estrechas para los cincuenta y cuatro cuadros seleccionados, lo que obligó a colocarlos demasiado cerca unos de otros.

La retrospectiva de la Fundación Louis Vuitton evita todos estos errores. En primer lugar, el de una disposición estrecha. Las ciento quince obras se distribuyen en cuatro niveles, en diez salas. Las de los años 30 y 40, todavía de dimensiones bastante reducidas, lógicamente se sitúan en la galería inferior, con un techo más bajo. Los de las dos décadas siguientes cuentan con otras tres plantas, cuyas dimensiones monumentales coinciden con las suyas. Disfrutan de todo el espacio necesario y, en varias ocasiones, uno de ellos queda solo en una pared, irradiando así aún más amplitud.

Cuando se forman series, ocupan las galerías más largas y se componen ya sea según una dominante cromática –la proporción de rojo, rosa y blanco, por ejemplo– o porque las áreas coloreadas están colocadas de manera similar –tres franjas de anchos cercanos o la superposición de dos o tres cuadrángulos. Este método de clasificación responde a la lógica de la propia obra: en varios momentos, Rothko se da lo que en música llamamos un “tema” –aquí un color, allá un tipo de composición– y lo desarrolla modulando elementos de variaciones. Esto es así al menos en tres ocasiones: a mediados de los años cincuenta, con lo que podríamos llamar su “período fauve”, un poco más tarde con todas las pinturas –por el contrario, muy oscuras– de los murales de Seagram y, al final de su vida, en la suite gris y negra de 1969 y 1970. La coherencia visual de las habitaciones atestigua, por tanto, la de la creación.

Segundo motivo de satisfacción: las alturas de suspensión. Rothko los quería bajos, cualesquiera que fueran los formatos. Este principio se respeta estrictamente, de modo que no estamos ante un cuadro, sino como si estuviéramos dentro de él. Esta percepción cercana, casi táctil, despierta sensaciones y emociones cada vez que nos acercamos a la superficie pictórica. Si hoy no se abusara tanto de la palabra, diríamos que hay inmersión, en un flujo o en una nube. Dada la intensidad de los colores y la sensualidad de las gamas rojas y amarillas, estas emociones son poderosas y duraderas. Es difícil ver qué pintor del siglo XX llegó tan lejos en el arte de la absorción, llevado al punto del éxtasis. No es de extrañar que, cuando viajaba por Italia, Rothko fuera cada vez a Asís, Arezzo y Florencia, para visitar a Giotto, Piero della Francesca y Fra Angelico. Tampoco es de extrañar que quisiera crear una capilla, donde te encuentres rodeado de pinturas.

Otro efecto de esta colocación baja y cercana es que podemos ver mejor cómo pinta Rothko, de una manera regular y poco metódica. Examinar atentamente las superficies nos permite ver las huellas de sus gestos, a veces en bucles, a veces en capas, con superposiciones y, en los bordes de las formas, desgarros, desbordes, imperfecciones, por así decirlo, que conserva y que acentúan el palpitación del color. A veces parece que estás mirando hacia una profundidad líquida, otras veces que la pintura en estado gaseoso se mueve como niebla y avanza hacia ti.

Estas experiencias sensibles se ven favorecidas por la excelencia de la iluminación. Rothko no habría tenido que venir a bajarlo aquí, porque, cuando es necesario, es muy débil. Y es entonces, contrariamente a lo que se podría creer, cuando las obras se ven mejor, cuando las superposiciones de un violeta y un ultramar, de un marrón y un negro o de un blanco y un rojo oscuro captan la mirada y no la dejan alejar nunca, atrapado en las profundidades en movimiento de la pintura.

Laisser un commentaire

Propulsé par WordPress.com.

Retour en haut ↑