.@elmundoes ::: #Raymond_Queneau / #OuLiPo, la #literatura como un #juego_muy_serio : EJERCICIOS de ESTILO.

Maestro del #lenguaje y #provocador, #Raymond_Queneau se escondió tras el #heterónimo de #Sally_Mara para escribir dos #innovadores_textos que ahora se publican en #castellano.

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« Queneau es demasiado inteligente, creativo, divertido, experimental, incisivo y culto como para que interese al gran público, que valora justamente lo contrario a lo que representa este escritor ».

El que así habla es Adolfo García Ortega, novelista, traductor de Hazard y Fissile, novela póstuma de Queneau, y editor que, cuando dirigió Seix Barral, lo primero que hizo fue reeditar ‘Siempre somos demasiado buenos con las mujeres’, la novela irlandesa de Sally Mara (una de los tres textos de sus Obras Completas, recién publicadas), y un poco más adelante, Flores azules, esa historia llena de paradojas sobre un caballero medieval. Y explica su comentario anterior: «Queneau tiene el reconocimiento entre los escritores y lectores cultos, ya que es una autor-bouquet, un autor delicioso que, como los grandes vinos, hay que paladearlos, y además, escasean».

A pocos nombres les cuadra tanto la etiqueta de «escritor de culto» como a Raymond Queneau, quien goza de una minoría fanática de seguidores, casi militantes de la causa: la literatura como un juego muy serio.

El título que más eco y ventas ha tenido en España es ‘Ejercicios de estilo’, de 1949, que publicó Cátedra en 1987 en una excelente traducción y traslación de Antonio Fernández Ferrer. La idea de este libro se le ocurrió a Queneau tras escuchar El arte de la fuga de Bach, una técnica musical que quiso trasladar a la literatura. Su propósito es, por lo tanto, construir una obra a partir de las variaciones sobre un tema nimio. El escritor se sirve de una anécdota mínima (alguien va a la parada y toma el autobús) para recrear ese suceso de 99 maneras distintas, contarlo a la manera de, en unos ejercicios de estilo, donde además del dominio técnico es fundamental el ingenio, la imaginación, la habilidad y el humor que, en el caso de Queneau, es marca de la casa.

No es de extrañar que este libro de hace siete décadas siga pareciendo revolucionario y sea considerado un manual imprescindible en todas las escuelas de letras.

Raymon Queneau (fallecido en 1976) nació poco después del siglo. En su juventud vivió la alegría, la inquietud y efervescencia de las vanguardias de los años 20. Muy joven se unió al grupo surrealista. El contacto con André Breton, Jacques Prévert e Ives Tanguy estimuló su vocación literaria; pero el surrealismo tenía unas fronteras limitadas y un jefe de filas incompatible con un autor tan libre, inventivo y personal como Queneau. Así que rompió con el grupo surrealista.

En un viaje a Grecia, en los años 30, hizo un descubrimiento que será decisivo en su concepción narrativa: el abismo que existía entre el francés literario, tan rígido y normativo, y el francés hablado, osado, imaginativo, dúctil. Y decide tratar el lenguaje literario como si fuese hablado, con esa misma libertad y expresividad. Es lo que llama neofrancés, experiencia que inicia ya en ‘Le chiendent’, de 1933, y continuará explorando en sus siguientes novelas hasta alcanzar la cima, y el éxito, con ‘Zazie en el metro’.

No vamos a citar todas sus novelas, pero entre las menos conocidas y más afortunadas conviene recordar el costumbrismo y la ternura de Pierrot, mi amigo; la asombrosa unión de ciencia y literatura en Los hijos del viejo limón o ese París de fin de siglo donde los autores buscan a sus personajes perdidos en El vuelo de Ícaro, todas ellas traducidas al español a comienzos de los años 70 y publicadas en Losada, editorial de Buenos Aires.

Es comprensible que a Queneau se le conociese y tradujese antes en Argentina, la patria de Julio Cortázar, un autor tan proclive a la experimentación literaria, y de Jorge Luis Borges, todo un referente para Queneau y sus seguidores.

Porque este narrador, poeta, dramaturgo, ensayista, traductor, matemático y editor de Gallimard, fue el creador de una silenciosa revolución en la literatura del siglo XX: el OuLiPo, siglas francesas del llamado Taller de Literatura Potencial, nacido oficialmente en 1960.

Tras pasar por el Colegio de la Patafísica, una sociedad de investigaciones eruditas e inútiles, donde fue nombrado el gran sátrapa, Queneau y el matemático François Le Lionnais fundan ese grupo literario (aún vigente), cuyo fin es explorar todas las posibilidades del lenguaje y aplicar reglas científicas a la creatividad literaria. El propio Queneau desmiente esa idea, tan aceptada, de equiparar inspiración y liberación, automatismo y libertad. Y señala al respecto: «Esa inspiración, que consiste en obedecer ciegamente todo impulso, es en realidad una esclavitud. El clásico que escribe una tragedia observando unas reglas que él conoce es más libre que el poeta que escribe lo que le pasa por la cabeza y que está esclavo de otras reglas que ignora». El mensaje está claro: buscar ataduras para ser más libre. La referencia al soneto no resultaría ociosa.

Curiosamente este movimiento, el OuLiPo, que defiende el antiazar, es lo contrario al surrealismo y a la escritura automática, donde militó el escritor de joven. También es una reacción contra las exigencias de verosimilitud del realismo. Hay una definición muy gráfica desus miembros: «Un oulipiano es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía y todo eso».

En 1967 entra a formar parte del grupo George Perec, quien comentó: «Me doy reglas para ser totalmente libre». Y dos años después publicó ‘La disparition’, una novela policiaca que a lo largo de casi 300 páginas consigue evitar las palabras con la letra e (la más frecuente en francés). En 1997 se tradujo en España como ‘El secuestro’, en una versión en la que no se emplean las palabras que contengan la letra a. Siguiendo con los experimentos, Perec publicaría ‘La vida, instrucciones de uso’, una novela rompecabezas.

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